Ya
alguna vez he dicho que me parece una terrible idea ver la fidelidad
en términos únicamente de exclusividad sexual. Y me parece que en
nuestra sociedad occidental y melodramática, esto es precisamente lo
que se hace. Pareciera que lo único realmente importante para que
una relación sea sana, duradera y feliz, es que ambas partes se
comprometan a no coger con nadie más. Y pareciera que lo más
terrible que puede pasarle a alguien es que le pongan el cuerno. Y
pareciera también que no hay nadie en el mundo que no haya estado en
una situación cornuda (sea como víctima o como victimario). Nuestra
cultura nos ha convencido de esto y por eso nos da pavor cuando
alguien sale con ideas sumamente modernas como las relaciones
abiertas o el poliamor, y nos es imposible ver a esas personas con
seriedad. La monogamia parece convertirse en la única verdadera
prueba de amor.
Yo no
estoy en contra de la monogamia (como tampoco estoy en contra del
poliamor, la poligamia, las relaciones abiertas y que cada quien haga
de su culo un papalote), y no condeno la cultura
occidental-católica-monogámica en la que me tocó vivir. Sin
embargo, creo que hay un problema de perspectiva cuando la fidelidad
se entiende únicamente como respeto a la monogomia.
Estar
en una relación amorosa es mucho más que amarse, coger, compartir
la cama y desayunar juntos. Las relaciones amorosas implican ser
junto al otro. Ser personas sumamente complejas, como no se puede de
otro modo, y lidiar con la complejidad del otro. Amar con y a pesar
de lo que el otro es y de lo que uno mismo es, pero también con y a
pesar de todo lo que tanto uno como el otro son potencialmente. Y
todos somos criminales (y cosas peores) en potencia. Estar en pareja
implica, por lo tanto, aceptar la individualidad del otro y, aun así,
atreverse a llamarse “nosotros”. Amar es arriesgarse a perder el
control sobre lo único sobre lo que se tiene certeza, pues en un
mundo tan caótico, sólo tenemos un limitado control sobre nuestra
propia vida y nuestras decisiones, y amar es meter a un agente
externo y potencialmente peligroso a nuestra primera persona. Estar
en una relación amorosa, por lo tanto, exige establecer un
compromiso con el otro, un compromiso sumamente irrazonable (porque
no hay modo científico y objetivo de asegurar que va a funcionar) y
que, desde mi punto de vista, tiene como eje fundamental la
confianza: dado que me es imposible dominar tus acciones, mi
principal compromiso contigo es confiar en ti.
Ahora,
volviendo al tema de la fidelidad, me parece que ésta no debería
definirse como respeto a la exclusividad sexual, sino como respeto al
compromiso mismo, al contrato de pareja, como diría Sheldon Cooper.
La parte modular del contrato es la confianza. La exclusividad sexual
puede o no formar parte del contrato y eso depende de lo que cada
pareja decida. Ser infiel, entonces, es faltar al contrato, y, por lo
tanto, se puede ser infliel sin necesidad de poner los cuernos: por
ejemplo, siendo sumamente celoso (incluso aunque los celos estén
bien fundamentados, en cuyo caso ambas personas están faltando al
contrato, uno por falta de honestidad y el otro por falta de
confianza, y sería mejor que la relación terminara). Si estoy en
una relación y el otro me cela, me está siendo infiel, porque yo
espero que confíe en mí. Así visto, es casi contradictorio decir
que alguien me cela porque le preocupa que yo sea infiel; es la idea
de pelear por la paz o coger por la virginidad: desconfiar en pro de
la confianza. Por supuesto, los celos pueden ser una reacción normal
a ciertas situaciones (por ejemplo, si veo que un hombre guapísimo
le habla a mi pareja, puedo sentir un poco de incomodidad), pero yo
me refiero a los celos que se eligen, es decir, cuando la persona
elige actuar a partir de los celos (alimentándolos y haciéndolos
crecer en un círculo vicioso), con cosas como revisar el celular,
controlar las acciones del otro o reclamarle antes de que haya hecho
nada.
El
otro día surgió en clase la pregunta sobre si es lo mismo
infidelidad o traición. Me parece que sí lo es, en sentido
estricto, pero no lo es tomando en cuenta que el significado de
fidelidad se ha especializado en el concepto de fidelidad sexual.
Justamente por eso es que me parece inadecuado entender la fidelidad
desde la perspectiva desde la que se entiende habitualmente. Valdría
la pena preguntarse entonces, independientemente de si le hemos o no
puesto los cuernos a nuestra pareja, si es que alguna vez hemos sido
infieles. Hasta las señoritas más honestas y recatadas tendrían
entonces que pararse a pensar.
Me
gustaría terminar esto con una pequeña reflexión sobre la
libertad.
Lo que
más me molesta de que en nuestra cultura exijamos con tanto ímpetu
la exclusividad sexual de nuestras parejas es, justamente, que le
damos demasiada importancia a ser los únicos y absolutos dueños de
algo. Si se piensa bien, no es muy diferente de la idea sexista de
que la mujer debe llegar virgen al matrimonio. Queremos ser dueños
de una parte del otro. Sin embargo, estoy convencido de que el
componente más importante de la felicidad es la libertad: ¿cómo
puedo entonces decir que amo a alguien si lo primero que hago es
constreñir su libertad? Si yo te amo, quiero que seas feliz y quiero
hacer lo que esté en mis manos para que seas feliz; ergo, cuando
amo, lo primero que quiero dar es libertad.
Por
eso es tan contradictorio y, sin embargo, tan tristemente normal, tan
tristemente lógico, que ciertas personas rehuyan a las relaciones de
pareja porque temen perder su libertad.