martes, 17 de febrero de 2015

La búsqueda del amor verdadero

o

Abdicación a la resignación

o

Reflexiones de un solitario que no tiene miedo de decir que quiere encontrar el amor algún día


Febrero. El mes del amor. Para mí, febrero se convirtió en el mes del amor por mera coincidencia, exactamente una semana después del día de los enamorados en el año 2009: ese día comenzó la relación amorosa más larga que he tenido. Esa relación llegó a su fin hace menos de un año, de modo que este febrero del 2015 es, por contraste, el más solitario (en términos amorosos, evidentemente) al que me he enfrentado.

Desde muy chico viví con la idea de tener una pareja romántica. Cuando era adolescente, sufrí, como todos, como corresponde a esa etapa de crisis y descubrimiento. Me enamoré con fuerza de alguien que no me quería y derramé lágrimas de agua y tinta en muchas y muy patéticas entradas de mi extinto blog. No niego que mucho de ese sufrimiento era autinfligido e innecesario, pero no me parece criticable, pues, ¿quién espera otra cosa de un adolescente que quiere amar? Alguna vez me preguntaron: “Quieres un novio, bien, ¿qué harás cuando lo consigas?”. Seguir queriéndolo, respondí. Y así lo hice.

Tuve una relación inusualmente larga para un chico de 19 años. Cinco años, para asombro de casi todas las personas a quienes les cuento. Tuve mucha suerte, pues mi ahora ex novio es una persona muy tierna y muy amorosa que no tenía miedo de entregarse. Nuestra relación terminó por circunstancias en las que no elaboraré ahora (quienes me conocen, las conocen). No hay por qué hacer un drama al respecto. Es difícil que, cuando uno es joven y está decidiendo qué hacer con su vida, las circunstancias sean siempre favorables. Las cosas pueden acabar y es importante aceptar esa realidad. Sin embargo, ahora me encuentro con que ya no soy un adolescente y me siento un poco perdido en la manera en que debo afrontar el dolor y la soledad.

Ayer escuché a un amigo decir: “Todas las relaciones están destinadas a terminar, es algo que hay que aceptar cuando decidimos iniciar una”. No estoy de acuerdo. En primer lugar, porque no creo en el destino: lo único que es inexorable es que vamos a morir, y, en ese sentido, pues sí, no hay duda de que ninguna relación podrá ser eterna, pero no creo que sea imposible lograr “sentar cabeza”, encontrar a alguien para compartir la vida y trabajar en ese amor para que dure hasta que, literalmente, “la muerte nos separe”. Muchos quieren encontrar ese amor, y querer es poder (no ipso facto, pero con la voluntad ya se tiene buena parte del camino hecho).

Lo que es cierto es que no es fácil. Y muchos no están dispuestos a afrontar lo que implica amar de verdad. Hay mucha suerte involucrada en encontrar el amor, pero las estadísticas nos son favorables: conozco a pocas personas que no hayan tenido por lo menos una relación romántica antes de los 25 años. Encontrar el amor no es difícil, y muchas veces basta con esperar (si el azar no es suficiente, buscar tampoco es tan complicado); no obstante, mantener el amor puede llegar a ser una empresa herculina. Para muchos no vale la pena, por agotadora, lo cual es perfectamente comprensible; para otros, sin embargo, puede (debe) ser apasionante.

El gran problema es resignarse. A todos nos hicieron sufrir. A todos nos tocó que nos pusieran el cuerno, que jugaran con nuestros sentimientos, que nos dijeran mentiras, que no fueran lo suficientemente maduros, que fueran abusivos o violentos. Algunos hemos tenido la buena suerte de terminar relativamente bien con nuestras anteriores parejas, pero muchos nos encontramos con episodios realmente traumáticos. Y entonces decidimos aceptar que, aunque iniciemos una relación, ésta va a terminar necesariamente, porque “así es la vida”. El problema deja de estar en la probabilidad triste, pero innegable, de que nuestro próximo novio sea un patán, y pasa a radicar en que nosotros mismos, por culpa de un puñado de malas experiencias, propias o ajenas, ya no estamos dispuestos a ponerle pasión a nuestra relación porque ¿para qué, si de todas maneras la ley de Murphy nos enseña que lo que empieza bien acaba mal?

No podemos tener control absoluto sobre la vida. Cuando nuestro ego es tan grande como para querer eso, es innevitable que suframos a causa de la frustración. El destino no existe y no depende de que la suerte nos ponga enfrente a nuestra alma gemela. Si queremos amor verdadero, tenemos que cosecharlo, trabajarlo, y para eso necesitamos ponerle la misma pasión que un artista o un científico le ponen a su trabajo. Y cuando encontremos a otro ser igual de apasionado, hay que comprometerse a trabajar juntos y a aceptar, ahora sí, que nadie es perfecto, que vamos a cometer errores, que nos vamos a dañar mutuamente... Pero el amor es más grande que nuestra humana torpeza.

Yo no me resigno. Yo sí creo en el amor verdadero porque en mí mismo tengo la prueba irrefutable de que existe. Porque sé que puedo generarlo, que puedo mantenerlo, que es una de las pocas cosas que dependen de mi voluntad, por lo menos en gran parte. Y si yo existo, ¿por qué no habría de existir otro igual que yo? ¿Por qué no habríamos de encontrarnos algún día? ¿Por qué no habríamos de conocernos y reconocernos? ¿Por qué no habríamos de estar abiertos a enamorarnos el uno del otro?


¿Por qué no habríamos de estar dispuestos a enamorarnos el uno del otro cuantas veces sea necesario?