viernes, 24 de mayo de 2013

Aceptar sin comprender

En el marco del día mundial de la lucha contra la homofobia, nos presentaron en la facultad la novela Journal d'un corps, de Daniel Pennac. En ella, el personaje principal, al conocer la homosexualidad de su nieto favorito, declara que, aunque la acepta, no la comprende. En efecto, para él (y según sus propias palabras, para su cuerpo), que un hombre desee a otro hombre es un hecho inconcebible. El extracto de la novela que nos leyeron muestra una visión honesta de lo que un heterosexual sin prejuicios puede experimentar con respecto a la homosexualidad. 

De algún modo me sentí muy identificado con el personaje. Se podría decir que mis sentimientos son los mismos, pero en la dirección opuesta. Para mí, que un hombre desee a una mujer es un hecho inconcebible.

Lo acepto, evidentemente... (Y muchos de mis amigos son heterosexuales... incluso personas tan queridas por mí como... ¡mis padres!) Sin embargo, no lo comprendo. No puedo comprender el sentimiento o, más bien, la sensación. Incluso aunque la atracción hacia las mujeres me parezca más lógica, me es difícil imaginarla.

Hay veces que escucho en la calle conversaciones entre hombres que manifiestan su atracción por el sexo opuesto de maneras que van desde lo vulgar hasta lo poético. Y nunca faltan las canciones en las que se expresa que la mujer es la mayor y la más perfecta de las creaciones de Dios. Pero no puedo estar de acuerdo. Esas generalizaciones me hacen sentir fuera del mundo; y es que, de cierto modo, lo estoy, porque vivo en un mundo hecho por heterosexuales y para heterosexuales.

Para una persona heterosexual, lo más común es asumir que los demás también son heterosexuales. Para mí a veces es más fácil asumir que las personas que conozco son homosexuales; sin embargo, debo luchar contra ese reflejo, pues las estadísticas me indican que muy probablemente esté equivocado...

Lo que sí nunca hago es asumir que alguien a quien recién conozco es heterosexual...

A lo mejor estaría bien que todos hiciéramos eso, ¿no?

domingo, 24 de febrero de 2013

No vivo per lei

No soy una persona musical.



Cuando conozco gente, siempre, invariablemente, me preguntan qué tipo de música escucho... "Pues... De todo un poco", respondo, sin mucho convencimiento. 

No es que no me guste la música. Sí que me gusta, y hay cantantes y canciones que prefiero. Me encanta bailar, y para bailar se necesita música (aunque ésta sólo esté en la cabeza), y también me gusta cantar. Y silbar, adoro silbar. Sí, sí me gusta la música.

Pero no la necesito. 

Entiendo su importancia y la aprecio, pero no siento ninguna necesidad de que me acompañe a todos lados. No traigo un reproductor de música conmigo, ni llevo audífonos en los bolsillos. No escucho la radio ni pongo música de fondo mientras navego por internet o trabajo. Cuando me gusta una canción, no busco inmediatamente información sobre el cantante o la banda. Mientras escribo este post, estoy en silencio.

No tengo cultura musical. No tengo idea de muchas bandas o discos, ni siquiera de muchos relativamente famosos. Soy un ignorante, pero no me importa serlo. No tengo interés por conocer o aprender más de música, por lo menos no un interés especial, así como no tengo ningún interés especial en aprender sobre arquitectura o cultura tailandesa, sin que eso signifique que desprecie la arquitectura o la cultura tailandesa.

Frases que se repiten en miles y miles de descripciones personales como "No puedo vivir sin música" no se aplican en mi persona. Porque sí, sí puedo vivir sin música. No me gustaría, porque la música le da un buen sabor a la vida, pero no es esencial.

Soy raro.

Y esta rareza musical mía es probablemente la mayor de mis rarezas. Porque sólo conozco a una persona que la comparte (y diría que en menor grado que yo).

Mi mejor amigo comparte muchas de mis rarezas, pero ésta no, y de manera muy contrastante, porque él sí es de esas personas que se describen como amantes de la música. A veces, cuando estamos juntos y se escucha una canción que le gusta, me dice algo así como "100 puntos si sabes quién la canta". Lo hace sabiendo que no sabré responder, o tal vez lo hace con la esperanza de que sí sepa... Sea cual sea el caso, no me gusta que lo haga, porque del alguna manera percibo la intención de echarme en cara, como si fuera algo malo, un aspecto de mi personalidad del que, si bien no me enorgullezco, tampoco me avergüenzo, pues creo que el hecho de que mis prioridades en cuanto a gustos y aficiones sean diferentes, el hecho de que sea raro, no tiene nada de malo.

Hace algún tiempo escribí un post en el que hablaba sobre mis sentimientos cuando estaba en compañía de mis amigos heterosexuales. No todo el tiempo, evidentemente, pero sí en circunstancias específicas (como cuando la conversación giraba en torno a mujeres o cuando se ponían a ver pornografía), me sentía excluído e incluso triste. Y el problema no era la discriminación (ellos me conocen, me aceptan y me quieren), ni siquiera el sentirme diferente (ahora me doy cuenta), sino los pequeños detalles (una sonrisa irónica, una mirada, algún comentario) con los que me hacían notar, adrede, aunque sin malicia, que en ese momento yo era el raro. Como si me lo reprocharan.

Y así me siento cuando sales (sí, ahora te estoy hablando en segunda persona) con ese jueguito de los puntos. Me entristece un poco, me molesta. Y si no te lo hago notar es porque soy consciente de que es una tontería que algo así me afecte. Finalmente, sé que esos puntos son sólo un juego, que tu cariño y tu opinión sobre mí no cambian porque no sepa quién canta qué cosa, que es una nimiedad sin importancia. Pero lo cierto es que, aunque no tenga buenos motivos, me afecta. Tal vez por mis propias manías, miedos e inseguridades, pero me afecta. Aunque sepa que tu intención está libre de malicia, me afecta.

Así que si cuando estemos juntos se escucha una canción que te guste y quieres hacérmelo notar, puedes decirme "Hey, ¿conoces esa canción? Se llama así y la canta tal", pero no me intentes probar, porque no te responderé.

Soy como soy y no me avergüenzo de serlo. No es normal, pero que algo no sea normal no quiere decir que sea malo.

No soy una persona musical.

jueves, 7 de febrero de 2013

366 días

Hola diamante.

Hace un año y un día que te fuiste y te llevaste una parte de mi corazón. No, no te preocupes: esa parte era tuya, de modo que era natural que te la llevaras contigo. Quiero que sepas que estoy haciendo todo lo posible por ser feliz. Entiendo que el apego, incluso a las personas amadas, es negativo para la felicidad, porque todos, tarde o temprano, nos iremos algún día. Tú te fuiste temprano. 

Me hiciste aprender muchas cosas, Dargoncito, y te lo agradezco. Me consuela saber que la última vez que hablé contigo, te pude decir que te quería. Porque te quería. Aún lo te quiero. Me llenó de emoción cuando tu mamá me dijo que yo era tu mejor amigo. Wow... tu mejor amigo. Para mí, esas son palabras fuertes. Me alegra haber tenido ese impacto en tu vida... Fue un privilegio.

Gracias por todo. 

Te amo, Dragón tatuado. Tal vez podamos volver a vernos.

domingo, 6 de enero de 2013

6 de enero - Las rayas del Tigre


El Mimo llegó a casa del Tigre a eso de la una de la mañana, la pequeña bicicleta rosa rodando junto a él; el Mimo, tan alto, prácticamente no tenía que doblar su brazo izquierdo para alcanzar el manubrio de ésta, la hizo avanzar los últimos metros con una parsimonía ceremonial impropia de él... ese tipo de cosas eran el tipo de cosas que el Tigre hacía, como cuando terminaba el té sosteniendo la taza con las dos manos, inclinándola, siempre con los ojos cerrados y el ceño fruncido. Cierto, el Mimo había esperado hasta la madrugada del seis de enero para llevar la bicicleta rosa por pura crueldad... y tal vez el Tigre no se lo merecía, pero qué chigá, el Mimo también tenía derecho a ser cruel de vez en cuando, ¿no? Al fin y al cabo, él también tiene sus propias rayas, y el Tigre le hizo la más reciente.

Sin soltar la bicicleta con la mano izquierda, el Mimo alargó su brazo derecho (no mucho, pues es un brazo largo, como todo él) y tocó el timbre. Escuchó. Ya sabía que el Tigre no estaría dormido, ¡faltaba más! El Mimo no podía jactarse de conocerlo tanto, pero se había acostumbrado un poco a sus manías, a su humor, a sus cambiantes estados de ánimo, a su histeria, a su risita irónica que tanto le cagaba, pero que no podía sacarse de la cabeza. Efectivamente, el Tigre estaba hecho una furia, gruñendo, arrancándose los cabellos, corriendo de un lado a otro, buscando hasta en los lugares más ridículos, en la alacena, abajo de la cama, en el refrigerador. Abrió la puerta con tanta furia que el calor de la casa le dio una cachetada al Mimo, quien trató de no inmutarse. El Tigre tenía los ojos rojos, entre enfurecidos y tristes, y era obvio que había estado llorando.

La expresión del Tigre se ablandó significativamente cuando vio al Mimo. No se lo esperaba. Ahí estaba, parado frente a él, ligeramente encorvado, como siempre, altote, largote, flacote, todo enorme en él. Lo observaba con curiosidad y con un poco de tristeza. Trataba de mantener una mirada severa, pero sus grandes ojos negros no podían dejar de ser tiernos. El Tigre no entendió al principio, pero cuando bajó un poco los ojos y vio la bicicleta rosa, fue como si Dios personalmente lo hubiera rescatado del infierno. ¡Por supuesto! ¿Cómo había podido ser tan tonto? Era ahí donde la había escondido, y la había escondido tan bien que, entre la furia y la tristeza y la melancolía y la decepción de su reciente ruptura, había tenido a bien olvidarlo. Sí, en ese momento el nudo de la garganta se desató y poco faltó para que el Tigre se echara a llorar o se le echara al cuello y se lo comiera a besos.

El Mimo vio los cambios de ánimo en los ojos del Tigre que eran siempre tan jodidamente expresivos y no pudo enamorar evitarse un poquito más. ¡Ay, Tigre, Tigre tonto! Ahora el Mimo se reprochaba mentalmente el haber sido tan cruel. El Tigre no tenía la culpa, por lo menos no toda la culpa. Ay, Tigre, qué guapo te ves y qué sexy y qué tierno con esos ojitos enrojecidos. Ya, respira, aquí está la bici para la oruguita. Llegaron los reyes magos, llegué yo. Pero no, Mimo, no debes enamorarte un poquito más porque ya no funcionó una vez y no funcionará de nuevo y no puedes terminar desnudo en su cama porque a las seis la nena despertará excitada queriendo ver los juguetes y sería muy embarazoso.

Así estuvieron un minuto mirándose con los ojos representando todas las emociones shaekspirianamente posibles, hasta que el Tigre habló. Iba a decir hola, Mimo, cómo estás, quieres tomar un café, pero sólo pudo decir Gracias.

Gracias.

Sí, el Mimo lo sabía y le dolió mucho, porque finalmente ese momento lo habían planeado hace casi un mes con muchas sonrisas y complicidad y un poquito de fantasía. No, la nena no la encontrará porque yo la guardo ya en mi casa. Ah, ¡gracias! Qué buena idea, porque me ponía nervioso cada que pasaba cerca de la cochera, ya ves que es muy curiosa y por más que le prohíba... al contrario, con más ganas va y se mete. Pero no te preocupes, yo te la traigo el cinco así sirve que también te traigo tu regalote. Ja ja ja. Ja ja ja. Regalote te voy a dar yo a ti, que tú eres el niño, y yo soy los reyes magos. ¿Cómo, los reyes magos no existen? ¡No me digas eso que me vas a hacer llorar! Sí, son los papás. Ja ja ja.

Pues al final fue el Mimo, aunque todavía sea un niño que apenas va saliendo de la facultad y que no sabe nada de la vida, el que la hizo de rey mago, y no habrá regalote ni nada, ni café, ni plática, te dejo la bici, porque la compraste con tu dinero y me voy que tengo sueño. No, espera, tómate un café, soy muy tonto, se me olvidó, si no, te hubiera hablado ayer. No, en serio. Ándale.

Ay, Mimo, al final accediste y estás ahí sentado en la misma silla en la que estabas cuando se pelearon, se dijeron sus verdades, se mandaron a chingar a sus respectivas (ex) suegras. El Tigre prepara té y café descafeinado. Están en silencio. Qué momento tan incómodo. Fue una mala idea.

Hay que romper el hielo. Qué frío hace allá afuera, ¿verdad? Sí, es obvio que hace frío, es seis de enero. Mejor algo como ¿y cómo vas en la escuela? Bien, ya nada más tengo que entregar dos proyectos, pero ya casi están terminados. ¿Y tú ya viste lo de los trámites de titulación? En eso estoy, es un lío. ¿Y tu trabajo? Bien, Sergio me propuso que montáramos un show. ¿Magia y mímica? Oye, la cafetería de ese cuate al rato se va a volver circo. Y su perro tan melenudo podría hacerle de león.

El Tigre se sentó junto al Mimo y puso las tazas sobre la mesa y le sonrió tímidamente. Hey, gracias por lo de la bici, neta que estaba a punto de pegarme un tiro. No hubiera soportado la decepción en su carita. Ya... no te preocupes, en eso quedamos. El Mimo tampoco hubiera soportado saber que la oruguita se decepcionaba. Finalmente, la niña no tenía la culpa de que su papá y su novio se hubieran peleado como quinceañeras tontas. Y al final también le agarró algo de cariño. No era como si la empezara a ver como a su propia hija, y el hecho de pensar que técnicamente era casi su padrastro le daba escalofríos, pero no podía dejar de quererla, tan tierna y risueña. Además, aunque el Tigre solía tener un humor de perro rabioso bipolar, siempre, ante su sola presencia, sonreía de esa manera tan maravillosa. Sí, la niña es la culpable de que se enamorara.

Ay... no es una relación normal, Tigre: le llevas al Mimo diez años. Más o menos. Tienes una hija. Más o menos. Eres dos veces viudo. Más o menos. Estás muy rayado y desde el primer momento sabías que terminarías lastimándolo. Porque al fin y al cabo, el Mimo no es más que un niño que acaba de terminar la carrera, que vive con sus papás, que trabaja de mesero en una cafetería cuyo dueño es un mago aficionado... Necesitaría conseguirse un novio de su edad, ir al cine en las tardes, dedicarse a buscar trabajo sin estresarse demasiado porque sus papás le siguen sirviendo la comida a las cuatro en punto frente al televisor. El Mimo es un niño que ve caricaturas. Y sí, tú también ves caricaturas, pero no puedes engañar al tiempo y a las circunstancias. No puedes ser un novio adolescente que se va de pinta con su chico para revolcarse un rato en los asientos de hasta atrás del cine. Tienes que ir a la escuela, echarle muchas ganas, trabajar, llevar a la niña a la primaria, a las clases de natación, preparar la comida, hacerle el lunch, regañarla. No puedes hacerlo todo: papá, mamá, estudiante, novio adolescente, empleado mal pagado. Puros milagros contigo.

Al final, el Mimo se fue a su casa cuando empezaba a amanecer. El Tigre puso la bicicleta junto al árbol, sobre el asiento el zapato de la niña, practicó frente al espejo su mejor cara de sorpresa y se fue a la cama. El cansancio le ganó a los sentimientos y se quedó dormido. Era domingo. La niña, que el día anterior había estado hiperactiva, no se levantó hasta las diez, pero cuando lo hizo, fue a brincar a la cama del Tigre, quien se despertó sobresaltado.

Habían llegado los reyes magos.

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Mi tocayo, el Tigre de Tigretón Tontón, hace como medio año, ofreció los Premios Tigretón y me tocó el honor de recibir uno de ellos; sin embargo, el premio venía acompañado de un reto consistente en escribir un pequeño cuento.

Está bien bonito T_T Ay, lo amo


En teoría el cuento debería estar relacionado con la imagen y como ven, en realidad no lo está. LOL. Si se estira demasiado la idea del circo mencionada casi al margen, podría inventarme una justificación, pero la verdad es que no, no hay justificación. El cuento está dedicado este Día de Reyes al Tigre, a quien quiero mucho, y está, por cierto, basado en un suceso de la vida real que, no obstante, alteré y cambié hasta el punto que no lo reconoce ni su madre.

Espero que les haya gustado.