El Mimo llegó a casa del
Tigre a eso de la una de la mañana, la pequeña bicicleta rosa
rodando junto a él; el Mimo, tan alto, prácticamente no tenía que
doblar su brazo izquierdo para alcanzar el manubrio de ésta, la hizo
avanzar los últimos metros con una parsimonía ceremonial impropia
de él... ese tipo de cosas eran el tipo de cosas que el Tigre hacía,
como cuando terminaba el té sosteniendo la taza con las dos manos,
inclinándola, siempre con los ojos cerrados y el ceño fruncido.
Cierto, el Mimo había esperado hasta la madrugada del seis de enero
para llevar la bicicleta rosa por pura crueldad... y tal vez el Tigre
no se lo merecía, pero qué chigá, el Mimo también tenía derecho
a ser cruel de vez en cuando, ¿no? Al fin y al cabo, él también
tiene sus propias rayas, y el Tigre le hizo la más reciente.
Sin soltar la bicicleta
con la mano izquierda, el Mimo alargó su brazo derecho (no mucho,
pues es un brazo largo, como todo él) y tocó el timbre. Escuchó.
Ya sabía que el Tigre no estaría dormido, ¡faltaba más! El Mimo
no podía jactarse de conocerlo tanto, pero se había acostumbrado un
poco a sus manías, a su humor, a sus cambiantes estados de ánimo, a
su histeria, a su risita irónica que tanto le cagaba, pero que no
podía sacarse de la cabeza. Efectivamente, el Tigre estaba hecho una
furia, gruñendo, arrancándose los cabellos, corriendo de un lado a
otro, buscando hasta en los lugares más ridículos, en la alacena,
abajo de la cama, en el refrigerador. Abrió la puerta con tanta
furia que el calor de la casa le dio una cachetada al Mimo, quien
trató de no inmutarse. El Tigre tenía los ojos rojos, entre
enfurecidos y tristes, y era obvio que había estado llorando.
La expresión del Tigre
se ablandó significativamente cuando vio al Mimo. No se lo esperaba.
Ahí estaba, parado frente a él, ligeramente encorvado, como
siempre, altote, largote, flacote, todo enorme en él. Lo observaba
con curiosidad y con un poco de tristeza. Trataba de mantener una
mirada severa, pero sus grandes ojos negros no podían dejar de ser
tiernos. El Tigre no entendió al principio, pero cuando bajó un
poco los ojos y vio la bicicleta rosa, fue como si Dios personalmente
lo hubiera rescatado del infierno. ¡Por supuesto! ¿Cómo había
podido ser tan tonto? Era ahí donde la había escondido, y la había
escondido tan bien que, entre la furia y la tristeza y la melancolía
y la decepción de su reciente ruptura, había tenido a bien
olvidarlo. Sí, en ese momento el nudo de la garganta se desató y
poco faltó para que el Tigre se echara a llorar o se le echara al
cuello y se lo comiera a besos.
El Mimo vio los cambios
de ánimo en los ojos del Tigre que eran siempre tan jodidamente
expresivos y no pudo enamorar evitarse un poquito más. ¡Ay, Tigre,
Tigre tonto! Ahora el Mimo se reprochaba mentalmente el haber sido
tan cruel. El Tigre no tenía la culpa, por lo menos no toda la
culpa. Ay, Tigre, qué guapo te ves y qué sexy y qué tierno con
esos ojitos enrojecidos. Ya, respira, aquí está la bici para la
oruguita. Llegaron los reyes magos, llegué yo. Pero no, Mimo, no
debes enamorarte un poquito más porque ya no funcionó una vez y no
funcionará de nuevo y no puedes terminar desnudo en su cama porque a
las seis la nena despertará excitada queriendo ver los juguetes y
sería muy embarazoso.
Así estuvieron un minuto
mirándose con los ojos representando todas las emociones
shaekspirianamente posibles, hasta que el Tigre habló. Iba a decir
hola, Mimo, cómo estás, quieres tomar un café, pero sólo pudo
decir Gracias.
Gracias.
Sí, el Mimo lo sabía y
le dolió mucho, porque finalmente ese momento lo habían planeado
hace casi un mes con muchas sonrisas y complicidad y un poquito de
fantasía. No, la nena no la encontrará porque yo la guardo ya en mi
casa. Ah, ¡gracias! Qué buena idea, porque me ponía nervioso cada
que pasaba cerca de la cochera, ya ves que es muy curiosa y por más
que le prohíba... al contrario, con más ganas va y se mete. Pero no
te preocupes, yo te la traigo el cinco así sirve que también te
traigo tu regalote. Ja ja ja. Ja ja ja. Regalote te voy a dar yo a
ti, que tú eres el niño, y yo soy los reyes magos. ¿Cómo, los
reyes magos no existen? ¡No me digas eso que me vas a hacer llorar!
Sí, son los papás. Ja ja ja.
Pues al final fue el
Mimo, aunque todavía sea un niño que apenas va saliendo de la
facultad y que no sabe nada de la vida, el que la hizo de rey mago, y
no habrá regalote ni nada, ni café, ni plática, te dejo la bici,
porque la compraste con tu dinero y me voy que tengo sueño. No,
espera, tómate un café, soy muy tonto, se me olvidó, si no, te
hubiera hablado ayer. No, en serio. Ándale.
Ay, Mimo, al final
accediste y estás ahí sentado en la misma silla en la que estabas
cuando se pelearon, se dijeron sus verdades, se mandaron a chingar a
sus respectivas (ex) suegras. El Tigre prepara té y café
descafeinado. Están en silencio. Qué momento tan incómodo. Fue una
mala idea.
Hay que romper el hielo.
Qué frío hace allá afuera, ¿verdad? Sí, es obvio que hace frío,
es seis de enero. Mejor algo como ¿y cómo vas en la escuela? Bien,
ya nada más tengo que entregar dos proyectos, pero ya casi están
terminados. ¿Y tú ya viste lo de los trámites de titulación? En
eso estoy, es un lío. ¿Y tu trabajo? Bien, Sergio me propuso que
montáramos un show. ¿Magia y mímica? Oye, la cafetería de ese
cuate al rato se va a volver circo. Y su perro tan melenudo podría
hacerle de león.
El Tigre se sentó junto
al Mimo y puso las tazas sobre la mesa y le sonrió tímidamente.
Hey, gracias por lo de la bici, neta que estaba a punto de pegarme un
tiro. No hubiera soportado la decepción en su carita. Ya... no te
preocupes, en eso quedamos. El Mimo tampoco hubiera soportado saber
que la oruguita se decepcionaba. Finalmente, la niña no tenía la
culpa de que su papá y su novio se hubieran peleado como
quinceañeras tontas. Y al final también le agarró algo de cariño.
No era como si la empezara a ver como a su propia hija, y el hecho de
pensar que técnicamente era casi su padrastro le daba escalofríos,
pero no podía dejar de quererla, tan tierna y risueña. Además,
aunque el Tigre solía tener un humor de perro rabioso bipolar,
siempre, ante su sola presencia, sonreía de esa manera tan
maravillosa. Sí, la niña es la culpable de que se enamorara.
Ay... no es una relación
normal, Tigre: le llevas al Mimo diez años. Más o menos. Tienes una
hija. Más o menos. Eres dos veces viudo. Más o menos. Estás muy
rayado y desde el primer momento sabías que terminarías
lastimándolo. Porque al fin y al cabo, el Mimo no es más que un
niño que acaba de terminar la carrera, que vive con sus papás, que
trabaja de mesero en una cafetería cuyo dueño es un mago
aficionado... Necesitaría conseguirse un novio de su edad, ir al
cine en las tardes, dedicarse a buscar trabajo sin estresarse
demasiado porque sus papás le siguen sirviendo la comida a las
cuatro en punto frente al televisor. El Mimo es un niño que ve
caricaturas. Y sí, tú también ves caricaturas, pero no puedes
engañar al tiempo y a las circunstancias. No puedes ser un novio
adolescente que se va de pinta con su chico para revolcarse un rato
en los asientos de hasta atrás del cine. Tienes que ir a la escuela,
echarle muchas ganas, trabajar, llevar a la niña a la primaria, a
las clases de natación, preparar la comida, hacerle el lunch,
regañarla. No puedes hacerlo todo: papá, mamá, estudiante, novio
adolescente, empleado mal pagado. Puros milagros contigo.
Al final, el Mimo se fue
a su casa cuando empezaba a amanecer. El Tigre puso la bicicleta
junto al árbol, sobre el asiento el zapato de la niña, practicó
frente al espejo su mejor cara de sorpresa y se fue a la cama. El
cansancio le ganó a los sentimientos y se quedó dormido. Era
domingo. La niña, que el día anterior había estado hiperactiva, no
se levantó hasta las diez, pero cuando lo hizo, fue a brincar a la
cama del Tigre, quien se despertó sobresaltado.
Habían llegado los reyes
magos.
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Mi tocayo, el Tigre de Tigretón Tontón, hace como medio año, ofreció los Premios Tigretón y me tocó el honor de recibir uno de ellos; sin embargo, el premio venía acompañado de un reto consistente en escribir un pequeño cuento.
Está bien bonito T_T Ay, lo amo
En teoría el cuento debería estar relacionado con la imagen y como ven, en realidad no lo está. LOL. Si se estira demasiado la idea del circo mencionada casi al margen, podría inventarme una justificación, pero la verdad es que no, no hay justificación. El cuento está dedicado este Día de Reyes al Tigre, a quien quiero mucho, y está, por cierto, basado en un suceso de la vida real que, no obstante, alteré y cambié hasta el punto que no lo reconoce ni su madre.
Espero que les haya gustado.
aHHHHHHHHHH
ResponderEliminar*GRITILLO DE PERRA DESFLORADA*
*Se muere*
Muchas gracias, quedo fabuloso y te amo
ahh aun sigo emocionado *_*
ResponderEliminarQué lindoooooooo!
ResponderEliminarTe sigo gracias a Trigito :)
Qué linda historia!!! Me dio mucha ternura el final, es verdad Tigrito, no se puede ser diez hombres en uno, pero si puedes ser un papá y mamá estupendo.
ResponderEliminarBeso Francisco!
Que gusto ver el tigre desde la perspectiva del Mimo, y mas gusto poder ver un poquito del Mimo con sus palabras, muy interesante. Me pregunto quien gano o perdio mas.
ResponderEliminarUn abrazo. Bendiciones. K.S.
¡Es genial! Hay un error especial en el cuarto párrafo:
ResponderEliminar…y no pudo enamorar evitarse un poquito más.
Es un error interesante y me gusta. La mejor parte, sin embargo, es: la niña es la culpable de que se enamorara. ¡Eso es genial!, y la pequeña bicicleta rosa los hace los reyes magos, que son los papás. Creo que es el cuento de un eco, un sonido de algo pasado que llega tarde, como la luz de las estrellas que se desvanecieron hace mucho. Rayas de tigre: marcas de lo que ya no existe.
Es bueno leerte,
D.
Es bueno leerte a ti también, D. Me alegra que te haya gustado; de algún modo tu aprobación resulta muy satisfactoria. El error no es un error, pues fue intencional... Me da gusto saber que alguien lo notó. Saludos.
EliminarAahh fue intencional, eso es más interesante todavía. ¿Puedo preguntar por qué?
EliminarComo posdata oportunista, ya que se da la ocasión, dejo unos versos de José Emilio Pacheco que en estos días he adoptado y hecho míos:
Ya devorado por la tarde el tigre
se hunde en sus manchas,
sus feroces marcas,
legión perpetua que lo asedia, hierba,
hojarasca, prisión
que lo hace tigre.
Sería un poco de iconicidad en el texto que reflejaría la confusión mental que los enamoramientos a veces producen. Aunque eso es a nivel de la interpretación, también es porque sencillamente me gusta jugar así con las palabras.
EliminarMe gusto eso de José Emilio Pacheco :) y me encanta tu manera de escribir tocayin besos
ResponderEliminarPAAAAAAAAAAAXOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO
ResponderEliminarno inventeeeeeeeeeeeeeeees
Eres el mejor, eres lo mega maximísiisisisisisismo >3
QUÉ MANERA DE RELATAR ESTE EVENTO, ESTE RE ENCUENTRO DE ALGÚN AMOR OCULTO ALLÍ EN EL BAÚL.
¡Aaaaaaaaaaaaah!
Eres un crack dijeran los chavos. Me derretía mientras avanzaba en la lectura. Tu manera de narrar los hechos con una lírica tan deliciosa y tan única, merece una recopilación de libros. TE ADORO
Aaaayñ
Ese buen Mimo que al menos respondió por la bicicleta de orugona jajajaj
L'amour, l'amour, l'amour